VII. NUESTRA VIDA HASTA
LA VEJEZ

Rosalind Rosoff: Don Francisco, ¿cómo arregló su vida después de la revolución?

Francisco Mercado: Con los pacíficos y los revolucionarios se acabó el ganado. Clotilde Sosa, que se volteó, se llevó más de 300 reses de mi padre. Total, se acabó todo. Quedamos pobres. Empezamos a luchar, a sembrar y recogí como quince becerritos de un año, de dos años. Ésos los junté, los guardé y empezaron a procrear. Otra vez llegamos a cien, a doscientas reses. Ya estábamos en paz.

RR: ¿De quién es la tierra que era de su padre? ¿Quién la tiene ahora?

FM: Pues, la fueron vendiendo. Mi padre vendió varios lugares y después se los cedió a mi hermana, Guadalupe, y ésa vendió lo que quedó del terreno. Nos quedamos en la vil calle. Siempre he trabajado en el campo con ganado, sembrando, y después dilaté veinticuatro años de contratista de correo, de aquí de Huamuxtitlán.

RR: ¿Y se casó usted después de la revolución?

FM: Con Marina Torres. Tuve tres hijos; dos hombres y una mujer. Ya murieron un hombre y la mujer. No más queda uno de los tres primeros. La mujer, Carmen, apenas tiene como cuatro meses que falleció, en México. Pero la trajeron aquí a enterrar. Parece que fue una embolia. El otro, Manuel, me lo mataron en Tepalcingo. El que vive se llama Francisco. Se casó con Beatriz Cañongo. Y tiene como ocho hijos o diez. Unos ya son profesores, y otros borrachos. Pues, sí, de todo tiene. Francisco tiene buenas tierras, las mejores de Chiautla. Después se murió mi esposa y me casé con otra, se llamaba Consuelo Mentado. Y ya de Consuelo fueron Eduardo, Gustavo, y Luz (3), otros tres.

También murió, y me he casado otra vez con María de Alarcón. Ésa no más una niña tuvo, que es María de Jesús. Ésa fue la última. La conocieron aquí. Estuvo aquí con su marido. Ya se la quiso llevar, ni modo.

Anita Aguilar: Y usted, don Agustín, ¿cómo le fue después de la Revolución?

Agustín Ortiz: Cuando se murió el general Zapata, estaba yo por aquí y me pasé con el general Sabino Burgos. Nos fuimos de aquí de Huehuetlán para Tepalcingo, para Tlaltizapán. Queríamos pasar a Iguala y no pudimos pasar. Queríamos pasar por Buenavista de Cuéllar, y nos atacaron los Colorados. Allí estuvimos en combate, todo el día dándole, que queríamos pasar y no nos dejaron. No pudimos pasar allí en Buenavista de Cuéllar.

Ya como a las siete de la noche nos ordenó el general Sabino Burgos que nos regresáramos, pues era probable que nos habrían de sitiar en la noche, pues ellos eran del terreno. Venimos a amanecer a Tepalcingo. Ya por acá los pueblos ya estaban armados ya no nos querían, ya no nos consentían. Ya no nos consentían a los Rebeldes, que nos decían.

Iba yo con mi hermano. Dice: "¿Qué le hacemos?" Digo: "Nos vamos rumbo a Chilpancingo, donde no nos conocen lo que fuimos y lo que hice de firmar el Plan de Ayala. Tengo miedo por lo que hice de firmar. Nos vamos rumbo a Chilpancingo. Nos metemos de reboceros."

Bueno, nos fuimos. Ya por allá dice: "No, por aquí no, pero ¿qué hacemos?" Y regresamos y en un ranchito, El Platanar, allí quedamos. Ya fue en mayo ya dondequiera estaban labrando las tierras. Pues nos regresamos y hacemos para Ayoxustla. En Ayoxustla les digo: "¿Aquí dónde podemos trabajar? De peón, o de gañán o de lo que sea, lo que queremos es trabajar." "¡Uh, amigo, aquí no encuentra! Puede ser por Los Linderos, puede que en Cepatla." Nos dieron el camino para Cepatla, y allí sí nos dieron trabajo.

Allí estuve dos años trabajando con un señor que se llamaba Jesús Canterán, labrando la tierra para maíz. Me enfermé y que me jalo para Huehuetlán. Allí está un doctor, Pedro Priego, de Quebrantadero, pero allí estaba en Huehuetlán.

Me presenté, bueno, ya me conocía, y le digo: "No traigo mucho dinero, así que lo que le quedo a deber lo pago cuando encuentre trabajo."

"Cómo no. Bueno, ya que buscas trabajo -dice-, yo te puedo dar trabajo. Quiero que pastorees mis vacas. Las vacas no son mías, son de mi hermano de Quebrantadero." "Bueno -le digo-, ¿por qué las tiene usted aquí?" "Sabe -dice-, porque por allá están robando mucho los carrancistas. Están levantando el ganado y por eso mi hermano nos lo pasó por acá. Te voy a dar tu medicina, pero me vas a pastorear. Tengo un pastor que se va a las nueve de la mañana y llega a las tres de la tarde. Pero no come nada el ganado." "Pero, don Pedro, yo no aguanto para andar rejuntando el ganado." "No -dice-, no se necesita tanto andar, no más es de rejuntar que no se vayan a pasar para el terreno del Quebrantadero. El ganado es mansito." "Está bien. ¡Pero no llevo mi cucharada!" Dice: "¡Lo que agarre la boca!"

En la primera receta, ya tenía ganas de andar. ¡De poder! ¡Me dio la mera verdadera medicina!

Ahí trabajé un año. Y de ahí entré con un Jesús Martino, tenía tienda de abarrotes. Ahí entré de mozo. Allí dilaté tres años trabajando. Duro y duro y duro. Estaba yo como hijo de familia. ¿Cuánto cree usted que ganaba yo mensual? Diez pesos.

Le digo: "Voy a pasear a mi tierra." Dice: "Sí, llévate el burro." Fui a ver a mi mamá. Regresé. Porque allá también no me querían muy abierto porque era yo revolucionario.

Y ya de regreso le digo: "Mire, don Jesús, ¿no le parece que mejor que me quede como hijo de familia? Usted dispone todo, yo no me entiendo de nada." "No, no, muchacho, el hombre nunca debe de regalar su trabajo. Aunque sea un centavo debe de ganarlo. Porque el patrón no siempre ha de vivir. Se muere y ¿qué haces tú de limosnero? Aunque sea un centavo, debe ganarlo. Mira, lo voy a aumentar dos pesos, doce pesos mensuales." ¡Mucho dinero!

Y allí estuve. Tres años. Ya después, no sé por qué, me corrió de la casa. Ya no le pareció, quería regañarme, y le dije que no, que en este caso si no me convenía el trabajo, que me saliera yo. "¡Pues, ya te puedes largar inmediatamente!" Le digo: "¡Sí, no crea usted que me voy a quedar!"

Y entré en casa de otro señor llamado José María Romano. También tenía abarrotes. Ahí tienes que andaba yo no más paseando y me habla este señor y me dice: "Ándale, muchacho, entra, tú ya conoces la movida de esto." "No -le digo-, ya no quiero. Mejor me voy." "¡No, no!" Bueno, me daba todas las garantías con tal de que entrara a trabajar. Y entré allí y estuve otros tres años. Ya los cumplí los tres años y allí me casé. Porque su señora era muy buena gente conmigo. Como veía mi trabajo, cómo lo hacía yo, y le convenía, aunque el señor era un poco más enérgico, pero ella era muy buena gente. Ella me dio el valor en que buscara yo mi compañera. Me dice: "Búscate tu mujercita, muchacho. Cuando ya no quieras trabajar, te quieres salir, pero ya tienes tu mujercita quien te lave, quien te dé de comer, y todo eso." "Cásate -dice-, te casamos. Búscate tu mujercita, nos dices quién y nosotros te pedimos la muchacha con todas las garantías. Nosotros pedimos la muchacha por ti."

Sí, bueno, con este valor, ya busqué mi novia que es ahora mi señora, Eufrasia Pérez. "¿Qué pasó?' Estaba apurada la señora. "Pues sí, ya."

Y luego una criada de la casa estaba allí, que es sobrina de ella, dice: "Ya Agustín le dijo a la novia que la pida." Que me reprende la señora: "¿Por qué no dices? ¡Háblale! ¡Puede que yo sea más hombre que ustedes! Entonces qué. ¿La pedimos?" Le dije que sí. "¡Que venga un sacerdote!" Y este sacerdote fue. Y sí, lo arreglaron luego. Tomé mi matrimonio y hasta la vez estamos juntos.

Ya de casado, me salí del trabajo de donde me casaron, de esta casa. ¡Al corte de caña y al corte de caña! Lo que pasó entonces es que se quería formar la cooperativa de Atencingo y quisieron saber y quisieron recoger firmas, es decir el censo básico del año treinta y ocho.

Y ahí se murió Manuel Pérez, entró el de ahora, Lupe Ramírez, éste nos desconoció. Nos quitó el trabajo. Que no teníamos el derecho. ¡Como éramos cooperativistas! Él ya era administrador del ingenio de Atencingo. Hasta la vez. Bueno, no sé quién está al frente ahorita.

RR: ¿No es cooperativa?

AO: No, están aparte los cooperativistas.

FM: Ahora están en huelga. Es un rebumbio que no se le entiende. Pero está muy mal lo que hace el señor gobierno allí. Porque son nueve haciendas que dizque están en cooperativas, pero no son cooperativas. No más saca ojo para que ellos exploten el asunto, porque no hay quien diga: "Ahí está mi parcela".

AO: No más juegan las tierras.

FM: No más dicen que son cooperativistas, pero no saben cuál es su tierra. No más aquéllos siguen explotando el asunto. Yo se lo dije al profesor Villanueva, le dije: "Jefe, es un chanchullo." "Pues ellos dirán, pero nosotros aquí lo titulamos como ejido. Si ellos no lo ocupan, no nos importa ." ¿Por qué ha de ser justo que nosotros, que estuvimos peleando las tierras con las armas en la mano, no tenemos tierras? No tenemos más tierra que la que tenemos en las uñas.

RR: ¿Entonces le quitaron de plano?

AO: Sí, nos sacaron. Nos daban trabajo así, lo que se nombraba su burdo de 25 metros, un hilo. "A ti te toca rozar." O a limpia de apantle, o a limpia de acequia, o a drenaje; un hilo. "Bueno, usted acabó su tarea de un hilo de 25 metros y ya quiere usted más" , y ¡que ya no hay! ¿Y a cómo nos pagaron el metro? Cinco centavos el metro. ¿Cuánto ganamos de 25 metros? "¿Quiere más?" "Ya no hay, muchacho, ya no hay." Así nos fueron aburriendo, de plano. Que ya mejor dejarlo.

FM: Lo hicieron para que ya no tuvieran derecho a la tierra, una cosa muy lógica.

AO: Como cuando firmamos el censo básico, nos dijo el gerente, Manuel Pérez, que todos los que firmaron el censo básico teníamos derecho de que nos dieran las tierras ellos; pero como se murió, ya no nos señaló. Ahí murió todo.

RR: ¿Entonces qué hizo?

AO: Entonces ya tenía yo mis hijos, ya estaban creciendo y los estaba yo manteniendo como se podía, con lo que ganaba yo. A veces ganaba yo quince, veinte, hasta veinticinco pesos a la semana. ¿Qué tanto? Pero era también un poco barato, no como hoy. Y así los fui levantando a los hijos. Después nos sacaron de allí y me puse a trabajar aquí en cultivar el terreno, terrenos alquilados. En esto me estuve pasando los días, pasándolos hasta que me puse viejo. Ya los hijos están grandes, ya éstos me van dando para pasar los días.

RR: ¿Tiene hijos que le quieren mucho? ¿Están muy al pendiente de usted?

AO: Eso sí. ¿Para qué voy a hablar de ellos? Estoy bien con mis hijos. Como ya ellos también tienen sus hijos, ya ven los trabajos que es levantar el hijo. Dicen: "Usted no trabaja ya, usted ya nos crió, ahora nosotros tenemos el cuidado de usted". Tengo cuatro hombres y dos señoritas. El primero es Tránsito Ortiz. Trabaja en México en una fábrica. Otro es Vicente. También trabaja en una fábrica. Otro es Nicolás Ortiz, que es agente de tránsito. El último, José Guadalupe, no tiene trabajo. Las hijas, Elodia y María, cuidan a los hermanos no casados allí en México.

AA: Y usted, don Cristóbal, ¿qué le paso después de Chinameca?

CD: Nos venimos, pero ya no pudimos estar porque nos acosaban los voluntarios; como éramos conocidos, nos correteaban. El presidente nos decía que, para estar tranquilos, debíamos de entregar caballo y armas, y eso no quisimos. Entonces había un señor que tenía su ganadito y me dice: "¿Quieres? Anda, vete a cuidar mi ganado, de vaquero." Y así comencé.

En la revolución, como andábamos por aquí, me hice de novia por aquí. (4) Me vine de Tlancualpicán para acá, con este aspecto de que quería que entregara armas y caballo y yo no, y me vine para acá. Y aquí me casé. Vino Ángel y otro niño. Ya me hice de por acá, casado. Y ya no les entregué nada. Aquí me pareció por el río. Y vio usted el aparato que tenemos. Como la gente tienen sus siembras de ahí, y del otro lado del río, mire usted ¡qué bonito sembrado! Hay muchas norias. Todos los que siembran por aquí, de esto se mantienen, sembrando en el riego. Y en el temporal.

Después se empezó a poner más elevada la cuestión de precios, ya fue otra cosa. Todo iba subiendo, los precios de las cosas, también subían los precios de los comercios. Como sabe usted que en un rancho por más que quiere usted gastar no es lo mismo que en una ciudad. Y así vine pasando la vida. Mi niño creció y es el que me viene ayudando en el trabajo. (5) Poco a poco fuimos ahorrando cualquier cosa y nos fuimos haciendo de alguna cosa. Y ésta fue nuestra vida y es nuestra vida hasta la vez. Trabajar. Trabajamos con lo poquito que tenemos. No vamos a la hacienda.

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Rosalind Rosoff y Anita Aguilar. Así firmaron el Plan de Ayala.
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública,
México, Primera edición 1976.