VIII. VALÍA LA PENA

A pesar de que los tres firmantes no se quedaron con ningunas tierras para sí, explican por qué creen que la Revolución sí valía la pena. Notan los problemas que todavía ven con la reforma agraria, pero a pesar de estos problemas, sienten que la misión del Plan de Ayala sí ha sido cumplida. Están muy complacidos por las atenciones que el gobierno les ha prestado. Muestran con orgullo las medallas que el presidente Luis Echeverría les otorgó.

Rosalind Rosoff: Usted, don Francisco, ¿cree que la Revolución valía la pena, que los pobres han adelantado?

Francisco Mercado: Pues sí, mucho. Pues eso se le debe después a Obregón, porque realmente perdimos. Derecho perdimos, porque mataron a nuestro jefe. Pero cuando Obregón y Pablo González mataron a Carranza, entonces quedó en el poder Obregón y don Antonio Soto y Gama se le pegó con Magaña a Obregón. Gracias a Antonio Soto y Gama y a Gildardo Magaña, que políticamente se le metieron a Obregón, Obregón reconoció el Plan de Ayala, y estamos a la altura que estamos porque ahorita es pan de todo el día. Porque ahorita, ¿cuál otro? ¿El Plan de Guadalupe? Ni suena ni truena. ¿Cuál otro plan? ¡Solamente el Plan de Ayala!

RR: ¿Usted conoció a Soto y Gama?

FM: Sí, ¡cómo no! Iba yo por el cuartel general y quedé en el correo trabajando, y necesitaba yo unos escritos. Me acuerdo que era licenciado y que voy a verlo. "Don Antonio, me pasa esto y esto." "Cómo no, Pancho", y que me hace unos escritos chulos. Muy buen licenciado. Muy zapatista, hasta el hueso morado.

RR: ¿No tiene el libro que escribió sobre Zapata?

FM: No, no lo tengo. Pero yo verbalmente puedo decirle que hasta regañaba a sus hijos. Decía: "Cuando venga Pancho, no me nieguen"; porque un día estaban diciéndome: "No, no está", y que los oye y les dijo que: "Cuando venga Pancho, no me nieguen. Me gusta platicar con él."

RR: ¿Y Manuel Palafox?

FM: No lo traté. Pero yo traté a don Antonio. Porque ya le digo a usted, cuando fue con Jesús Morales a Tlaltizapán, ya estaba allí don Antonio. Don Antonio hasta el '13 llegó al lado de Zapata, no llegó antes, hasta el '13.

RR: ¿Usted tiene tierras?

FM: No, nosotros tres no tenemos.

RR: ¿No? ¿Por qué? ¡Los que firmaron no tienen!

FM: Sabe usted que yo le platiqué a mi jefe Villanueva (le digo jefe porque es él el que da el chivo) que no me preocupaba ya porque cada vez que le daba lectura el señor Montaño al Plan de Ayala en los ranchos o en los pueblos que le ordenaba el jefe, al acabar les decía el jefe: "Las tierras son para quien las trabaja con sus propias manos." Yo ya no puedo. Y me contestó Villanueva: "¿Y no tiene usted hijos?" Le dije: "¡Cómo no!" "Es una herencia familiar. Usted ya no puede, pero en cambio sus hijos sí pueden."

Pero yo no sabía que le había ordenado Echeverría que nos diera quince hectáreas a cada uno de los tres, sean compradas o sean quitadas. Eso lo vine a saber con el gobernador en Cuernavaca, porque estuve en un sanatorio, y de allí me sacaron y me vinieron a dejar hasta Cuernavaca con el gobernador. Allí entonces nos habían dado los 50 mil pesos, y allí los traía él. Decía: "No se lo puede usted llevar, se lo vayan a quitar allí, está usted en convalecencia. Aquí el señor gobernador que los ponga en el banco." Entonces yo le entregué los 50 mil pesos al gobernador y ya los puso en el banco. Entonces ordenó a unos tres gendarmes y una camioneta para traerme hasta Chiautla. Pero yo no quise llegar a Chiautla para que digan que me traían preso. En Matamoros los despedí. De Cuautla les dije: "Bueno, para Matamoros. Ahí voy a comprar mis medicinas." Y allí llegué a casa de mi hijo. Allí les di las gracias. Se fueron y ya yo me vine para acá.

RR: ¿Pero cómo es que no les tocó un reparto de tierras aquí en Chiautla?

FM: Pues, aquí sabe usted que no hay agua. Son de temporal que no da resultado, porque las contribuciones son duras y no dan resultado los años malos. Nosotros tuvimos en Atenzingo, que son como 15 o 20 mil hectáreas, y que no más los están explotando los líderes porque no han repartido la tierra, no más de lengua y de dicho, pero de positivo no lo han repartido. Y no nos quieren dar.

RR: Usted ¿se quedó sin tierras, don Cristóbal?

FM: Pues no le dieron.

RR: ¿Y a usted, don Agustín, tampoco?

Agustín Ortiz: Igualmente.

FM: Él fue trabajador de hacienda, en 1938. Y lo corrieron porque lo querían matar para que no tuviera derecho a las tierras. Aquí hay muchos trabajadores que firmaron el censo básico.

AO: Y yo también lo he firmado.

FM: Le han dado colores, primero que era cooperativa y por el estilo; no mas le han dado color, pero los que han explotado son los líderes. Y todos los del Estado de Puebla no tienen tierras.

RR: ¿Entonces los que pelearon tanto...?

FM: Esto me dijo el gobernador, dice le ordenó Echeverría a Villanueva que a ustedes les dé, sean compradas o quitadas, quince hectáreas a cada uno de los tres firmantes. Por eso lo supe, no me lo dijeron otras personas, el gobernador. Porque me dijo: "Ya me ordenó que fuera yo a Puebla", pero entonces cambiaron al gobernador. Pero como nos están dando el chiquito, aunque sea poquita cosa alcanza para comer. Y a nosotros nos dieron nuestro pancito. ¡Porque cada mes vamos a cobrar como si trabajáramos!

Cristóbal Domínguez: Sí.

RR: Bueno, ya trabajaron.

FM: Pero ya no trabajamos. Trabajamos en aquel tiempo. Pero, gracias a eso, señoras, hay que reconocer la realidad. Nos conformamos que siquiera se acordaron en la vejez que ya no podemos trabajar; yo ya hubiera muerto, sin poderme curar ni nada; porque ahora están las medicinas caras, y yo estoy sobre la medicina.

RR: ¿Ustedes estuvieron con el presidente Echeverría, últimamente?

FM: Sí, cómo no. Sí, nos condecoró, allá en Bellas Artes. (6) Nos invitaron.

CD: Nos citaron y nos vinieron a traer en coche. Nos dio una medalla. ¡El mérito de la Reforma Agraria!

FM: Sí, lo cumplió, porque nos dio ya 50 mil pesos a cada uno, a los tres firmantes sobrevivientes. Cuando me dieron el dinero, los 50 mil pesos, me dieron un drama allá en la Agraria sobre la muerte de Zapata y la muerte de Montaño. Yo lloré. Y ahora hasta el señor presidente me dice como me dicen los Zapatas. (7) Sabe usted, en el comelitón que le dieron cuando le entregué una copia del Plan a Echeverría, aquí a la derecha estaba Mateo, Diego y Anita, y pasaban los platones, como cuando estaba el jefe. "Ándele, Pancho", y "Ándele, Pancho." Todos los platones que pasaban me los ofrecían los tres. El señor Echeverría no más me estaba mirando el ojo. Yo también, con el rabo del ojo lo veía yo que no más me estaba mirando. Pero ahora que me puso la medalla en Bellas Artes me dice: "No sabes la emoción que tengo al ponerte esta medalla, Pancho." Ya no me dijo Francisco, me dijo Pancho, como los Zapatas.

RR: Y usted está muy bien, ¿verdad don Cristóbal? ¿No tiene quejas de nada?

FM: Está muy fuerte.

CD: Tengo noventa y seis años.

FM: Yo creo que estás equivocado. Has de tener más. Fíjese usted que era amigo de mi padre. Allá íbamos a dormir cuando llevábamos toros para los ranchos. Fue nuestro hospedaje, Tlancualpicán. Yo era chamaco, él era hombre, y por eso creo que tiene más de diez años mayor que yo, no más que es de buena madera. Está más fuerte que yo. Éste anda más recio que yo. A mí me acosa la presión, los riñones, estoy amolado, ya no dilato en partir al otro mundo.

RR: No, no. ¡Ojalá que no!

FM: ¡Pues si las enfermedades me llevan! Yo, por mi parte, no quisiera yo. Pero fíjese usted, aunque pase uno mala vida no quiere uno morir.

CD: Yo siempre me he venido curando mucho, desde cuando fuimos a Atlixco, cuando tomamos a Puebla; desde entonces, porque dormíamos en el campo como en estos días de diciembre, del invierno dormíamos allá por la Trinidad, y amanecía hielo como cenicita, y nosotros con sarapitos muy sencillitos. Así pasábamos, y me dio entonces un catarro, una fiebre fuerte y entonces quedé ronco. Entonces, cuando hubo manera de curarme, he venido curándome, así poco a poco, y me sirvió mucho todo eso; poco me he enfermado. Ésa es la causa también que yo todavía viva otros días, y siempre que siento cualquier cosa, voy al médico, voy a la medicina.

FM: Ahora, cuando me siento malo, tengo mis pildoritas y me compongo.

RR: ¿Y usted está bien, don Agustín?

FM: Éste está bien. Él va a enterrar a los dos. Va a ser el último. Está fuerte. Tiene madera buena.

RR: Pues los tres tienen.

FM: Yo soy el de más mala madera. Pero, bueno, la situación así lo permite.

RR: Pues, han sido tan amables con nosotros, queremos agradecerles mucho. Creo que necesitan descansar. ¿Les llevamos a sus casas, verdad?

Anita Aguilar: ¿Cómo le hacemos? ¿A don Cristóbal primero?

RR: ¿Sí, dónde vive usted? ¿Podemos entrar con el coche?, ¿hay camino?

CD: Ya hasta una carreterita hay, que sale donde está el campo mortuorio.

FM: ¡Tiene su carrito! Lo traen.

CD: No, están cortando sorgo.

AO: Vino a caballo.

CD: Sí, vine a caballo.

FM: ¡Pero éste tiene carretera y tiene coche! Tiene ganado, tiene tractor, tiene coche. Éste está rico.

CD: Aunque sea de salud. (Risas.)

RR: Bueno, entonces, ¿qué tal si le llevamos a su casa, don Cristóbal? Usted, don Francisco, aquí descanse, y después regresamos por usted, porque no cabemos todos.

FM: No se preocupen por mí. Yo me voy en un carro.

RR: No, no. Primero dejamos a don Cristóbal en su casa. Luego regresamos por usted.

FM: Es mucha molestia. Yo voy en carro.

AO: ¡Que lleven a don Pancho! Lo llevaban, necesitan traerle.

RR: Desde luego. ¿Pero entonces usted, don Cristóbal, ¿tiene cómo llegar a casa?, ¿tiene su caballo por aquí? ¿Y puede ir, no está muy cansado?

AO: No, no le molesta. Aquí tiene su caballo.

 

FIN

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Indice


Rosalind Rosoff y Anita Aguilar. Así firmaron el Plan de Ayala.
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública,
México, Primera edición 1976.