VI. CHINAMECA

Cristóbal Domínguez fue el único de los tres que estuvo en Chinameca el 10 de abril de 1919, pero todos hablan del sentido de pérdida que les causó la muerte de su jefe Zapata.

Rosalind Rosoff: Platíquenos, don Cristóbal, ¿cómo estuvo esto de Chinameca, la muerte de Zapata?

Cristóbal Domínguez: Estuvo así. El día que salieron de Jonacatepec, las fuerzas que atacaron Jonacatepec hicieron un simulacro, y se dirigieron a encontrar en Huichila en el llano por allá en un pueblito, y nosotros quedamos repartidos por los cerros, así como en procesión. Ya entró el general Zapata, o entraron los que fueron a encontrar al traidor Guajardo, y ya el general Zapata lo esperaba en el lugar, pero nosotros estábamos repartidos. Llegamos allí a la hacienda de Chinameca. Se posesionó Guajardo de la hacienda, del torreón de la hacienda. Y nosotros todos quedamos aquí en una rejoya que hay en una mezquitera de una arboleda que hay allí.

Allí todos desensillaron, amarraron sus caballos y les dieron de comer y como quiera que sea, allí quedamos, allí dormimos, quedando ellos que a otro día que iban a disponer el movimiento para que Guajardo se metiera a atacar a Cuautla, y por allí hasta México, según sus disposiciones, y ya entonces nos retiramos, nos fuimos allí, estábamos en la misma hacienda pero nomás la pared nos dividía. Ya del general Zapata no sabemos dónde estaba posesionado con su misma gente. Y a otro día en la mañana, como a las 9 o las 10, empezaron a salir los grupos de caballería de los soldados, salían a partidas de cinco, de diez, iban para la cortina de la hacienda y regresaban para arriba igualmente hasta donde pasaba una acequia grande, allí volvían a regresar.

Hasta que se llegó la hora de que iban a hacer la operación ya entonces salieron muchos, pero antes vimos que andaba el asistente del general Zapata paseando los caballos. El general se metió en una casita que había así de basura, que era la cantina, o tiendita que había allí. Allí yo creo que se pusieron a platicar y entonces se reunieron muchos, se juntaron muchos.

Ya después se llegó la llora. Nosotros estábamos a un lado por allá mirándolos que estaban jugando barajas, y entonces ya como a esto de las 10, de las 11, entonces salió la gente, mucha gente del gobierno y se empezó a desfilar por donde quiera, y ya entonces no sé... Como nosotros estábamos allí no vimos el movimiento de la gente que estaba con el general Zapata. Entonces se agruparon, se montaron muchos, todos los que estaban allí se montaron a caballo y ya salió el general Guajardo, y ya solicitó al general Zapata, yo creo, porque de eso no nos dimos cuenta, como estábamos por allí. Ellos estaban en la casita, pues no nos dimos cuenta, sino después, ya una vez que se montaron todos, y al general Zapata no nos fijamos en él. Ya salieron, salió el grupo, había hartos del gobierno, y hartos de nosotros, de los soldados de Zapata. Se introdujeron entre la gente aquella, y ya vimos el grupo que entró, pero no vimos cómo fue.

RR: ¿Dónde estaba Guajardo? ¿Estaba con el general Zapata o estaba ya adentro?

Francisco Mercado: No, en la hacienda.

CD: Estaba en la hacienda.

FM: Y mandó a unos tres individuos a avisarle que iban a comer allí con Guajardo, para tener una conferencia con él. Así me contaron a mí. Ya para irse, invitaba el general a Timoteo Sánchez y a Joaquín Camayo, que estaban allí en la Piedra Encimada, para ir a comer con Guajardo. Y allá le dicen: "No, mi general, estás equivocado. No está seguro eso." "¡No tengo miedo!" Y levantó rienda y se fue, y al presentarle armas para entrar allí le tocaron la Marcha Dragona. Al entrar le echaron las dos cargas.

CD: Ya se juntaron así tres de los que iban.

FM: Los tres que mandó el general y tres que mandó Guajardo adentro.

CD: El general Guajardo de este lado y los otros dos así y caminaron como de aquí a unos cinco metros cuando más, ya estaba la guardia de honor allí y al presentar las armas dicen que había diez soldados, eran oficiales.

FM: Que ya los había ordenado cómo habían de hacer.

CD: Sí, y al presentar las armas entonces les disparan a los dos que iban así, y Guajardo, como iba a un lado, naturalmente que había acuerdo. Se caen, caen. Cayó para adelante.

FM: Ya entonces el caballo al ver el cuerpo que cayó para adelante se echa para atrás y arranca rumbo a la Villa de Ayala.

RR: ¿El caballo de Zapata?

FM: Sí, del general. Era "As de Oros", un alazán. Y allá lo encontró Jesús Chávez y ése lo agarró al caballo.

CD: Sí, así estuvo.

FM: Bueno, así me platicaron, yo no estuve.

RR: ¿Pero usted, don Cristóbal, vio algo de esto, o no?

CD: Le digo que vi el comienzo. Nosotros estábamos allí despreocupados todos, porque tenían toda la caballada desensillada, y en eso que se oyeron los tiros, así se cierra el tiroteo arriba en las azoteas y vimos que corrieron, pues. No hubo tiempo ni de hacer ningún movimiento. Aquellos que iban aquí adentro de los federales, pues todos se retiraron por atrás corriendo. No se pudo. Y ya entonces, una vez que pasó eso, todita la gente, unos dejaron caballos, otros dejaron carabinas, todos a salir por la Piedra Encimada. De la Piedra Encimada estaban tirando, pero ninguno mataron. No hubo más muertos que sólo ellos dos.

FM: Cuatro. Tres que mandó el jefe y él.

CD: Bueno, los de adentro. Y todos corrimos.

RR: Fue una traición terrible.

FM: De otra manera no lo podían localizar. Fue el traidor Guajardo que lo engañó. Si no hubiera sido esa traición, fácil no le toca.

RR: ¿Y qué hizo usted, don Cristóbal, después cuando vio que se murió Zapata allí mismo, qué hizo usted?

CD: No lo vimos morir. Nomás oímos los truenos y salimos a correr.

RR: Entonces: ¿Fueron para su casa, o qué?

CD: No, nos fuimos por allí, yo y otro de San Rafael Chinameca que está en el río, otro pueblito, y allí con compañía de él nos dio por allá corriendo por el lado de donde paraban las cañas, un alambrado y un camino que hace, y hasta allí fuimos a darle vuelta al cerro, a juntarnos por aquí por Los Limones, la barranca de Acatizatlán, trepamos el cerro y bajamos allí. Allí nos juntamos muchos, pues. Todos nos preguntaron, pero no, no sabíamos.

FM: Fue una decepción para nosotros.

RR: ¿Y qué hicieron sabiendo que se murió?

CD: Lamentábamos la situación.

Agustín Ortiz: Se nos cayeron las alas del corazón.

CD: Claro, nomás lamentábamos cómo había sido esto. Admiramos la traición tan cobarde que fue.

AA: ¿Pero seguían peleando?

FM: Se rumoraba que iba a quedar al frente Magaña, otros que Mendoza, total que nos desorganizamos por completo.

AO: Ya ni la gente quería.

CD: Ya se empezaron a voltear.

FM: Empezaba a desmoralizarse toda la gente. A ustedes que les tengo confianza, les digo la verdad. Nosotros nos sentamos, es decir, dejamos las armas, porque el jefe dio órdenes a los pueblos de armarse para que ya no nos dieran el pipirín y zacate para la caballada. Se le metieron los intelectuales y éstos creyeron que los pueblos iban a pelear. ¡Qué van a pelear! ¿Cómo íbamos a subsistir en la revolución sin comer y sin dar de beber a la caballada? ¿Cómo habíamos de vivir? Sin sueldos.

CD: Porque ya se había desprestigiado mucho la gente.

AO: ¿Había quejas?

CD: Hubo quienes cometieron abusos con las mujeres, con las señoritas. Aparte que saquearon las cosas.

FM: Hubo de todo. Hubo unos bandidos. Había malos elementos que desprestigiaron la causa. A mí me dieron dos o tres balazos por ir a hablar que no estuvieran saqueando. Y algunos por esto quedaron riquillos. Robaron. Nosotros fuimos tontos hasta para robar. La prueba es que estamos en la calle. Ya entonces empezaba a indultarse a todos los generales. Se indultó a Joaquín Palma, su sobrino Quiroz Mejía, y todos los coroneles entraron a indultarse.

RR: ¿Indultarse con los carrancistas?

FM: Sí, se acabó. Ya después por eso le platico a usted que gracias a don Antonio Soto y Gama y a Magaña estamos en el estado en que estamos, porque si no le meten a Obregón, no reconocen el Plan de Ayala, no nos dan el grado que ahora está arriba el zapatismo. Ahorita toda la República es zapatista. En primer lugar como les han dado tierras a toda la República, eso es la base que se conoce al partido.

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Rosalind Rosoff y Anita Aguilar. Así firmaron el Plan de Ayala.
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública,
México, Primera edición 1976.