III. TIEMPO DE CALAMIDADES

Asombra del movimiento zapatista que miles de hombres pelearan durante diez años sin recibir sueldo. Tuvieron que ganar sus armas y su comida.

Rosalind Rosoff: ¿De dónde sacaron armas ustedes los zapatistas?

Francisco Mercado: De las avanzadas, porque no nos dieron nada. Todos fueron avances del enemigo, parque y todo; lo hacíamos cuando nos tocaba ganar.

Agustín Ortiz: A puro alce.

Cristóbal Domínguez: Sí, del mismo gobierno. Nosotros no teníamos nada cuando empezamos.

AO: Puro machete y cuchillo.

CD: Machete y esos rifles de un tiro.

AO: De taco.

CD: De esos 44, con eso andábamos.

AO: Y escopetas.

RR: Y usted, don Cristóbal, ¿cómo consiguió su primera arma?

CD: Luchando, porque, como le dije a usted, íbamos y nos poníamos así, por el Puente del Muerto nos repartíamos. Y esperábamos que entrara el enemigo. Pasaron por abajo, y como no venían en grupo grande, les atacamos. Y a mí me tocó avanzar alguno... ¡y ya tengo mi arma!

RR: Y usted, don Agustín, ¿cómo consiguió su primera arma?

AO: Igual, también. Así en un combate en Huamuxtitlán. Tuvimos un combate y por de buenas, que no aguantó el gobierno, pues salió de estampida, y muchos de miedo soltaron sus armas, y ahí nos tocaba levantarlas. Y allá nos armamos, tanto con los rifles como con parque.

CD: Una vez que cayó el jinete, o tiró cualquier cosa, se escondió y dejó el caballo.

AO: Y como andábamos nomás con machetitos y cuchillitos, pues nos interesaba de avanzar armas. Es el interés que llevábamos, de avanzarles.

RR: Y usted, don Francisco, que estuvo en el Estado Mayor, ¿nunca vio que compraran armas?

FM: No. Pues de los combates se iban avanzando, y allá el Estado Mayor se armó con un ataque que hizo el finado que le decíamos por apodo El Mole.

CD: El Mole Zeferino Ortega.

FM: Ese, que andaba siempre todas las noches: "General, dámela de general." "No sirves tú para general." "Yo quiero ser general, jefe. Dámela." "No." Y duro y duro, y todas las noches casi, le decía al general, ya que andaba en el Estado Mayor. Total que un día dice: "Mira, te la doy de general, pero toma a Tlaltizapán." Era su tierra de El Mole. Dice: "¿Si lo tomo, me la das de general?" "Sí." "Pero nada más me das cuarenta hombres de aquí." "No. Ni con tu vida me pagas que vayan a matar cuarenta de mi Estado Mayor." Dice: "No les pasa nada. Te los traigo." "No."

Total que se animó el jefe a decirle que sí. Y que empieza a escoger, pues, a todos los conocedores de allá del rumbo, que tuvieran machete, pistolas y carabinas.

Así pues, escogió a los cuarenta hombres y se fue. Como era de allá consiguió unas escaleras porque la barda era muy alta allá en Tlaltizapán. Se llevó dos escaleras y metió a la gente. Y ya tumbó la escalera para que ninguno saliera.

Como los de ahí del gobierno en el portón tenían la guardia, pues no se preocupaban. Pero éste entró por la huerta. Como iban despertando, ¡pues nomás los cortaban como órganos! No perdió ni un número El Mole y acabó a los trescientos hombres que había allí. Ya casi al acabar, oyeron el retumbido los de la guardia y vinieron, pero como no sabían a quién ni estaban allí sus jefes... allí les tiraron y se acabó.

Y levantó el armamento y el parque. Se llevó como diez mulas de parque y todas las carabinas, las trescientas carabinas. Allí nos armamos. Y yo allí agarré como quinientos cartuchos y cambié mi carabina que tenía, una 30-30 por un cerrojo, y así nos fuimos armando.

RR: ¿Y cómo hicieron para comer?

FM: Pues andábamos pidiendo las tortillas y a veces matábamos una vaca en el campo y sancochada y sin sal, pues bueno, ¿qué cosa hacíamos? Padecíamos mucho de la comida.

CD: Había días que comíamos y días que no comíamos.

AO: Dos, tres días sin comer. A veces nos daban las tortillas sin sal, sin nada, sin ningún sabor. Creo que ni hambre nos daba.

FM: Sufrimos algo, ¿verdad?

CD: Hubo unas ocasiones que no había qué comiéramos, y conseguíamos un puño de maíz y lo tostábamos.

FM: Sin sal, sin nada, dulce la carne, y sin cocerse. Así nos lo echábamos.

RR: ¿Y eso comía también el general Zapata?

CD: Vaya, también. O ayunaba. No había otra cosa.

FM: Teníamos un juego en Zacatepec, cerca de Puebla. Estuvimos como tres días sin comer. Nos dieron una galleta de animalitos. Eso fue el alimento de tres días. Nos moríamos de hambre.

AO: Un día, cerca de Atlixco en Cacalosúchil, que me voy para el cuartel, y no hallé nada para comer. Encuentro a Modesto Quiroz. "¿Dónde vas, tal por cual?", le digo. "Vamos a buscar qué almorzar. ¿No ves que desde ayer y ahora no hemos probado alimento?" "A lo mejor nos caen porque la caballería durmió ensillada." Hubo orden de los generales que no se desensillaran los caballos, que durmieran ensillados toda la noche. Y nosotros así como los perritos en el suelo, y la carabina como la mujer, aquí, abrazada. "No nos vayan a caer." "No -dice-, ya hay avanzadas. Vamos, Agustín."

Pero nos llegó el enemigo y vámonos duro tras ellos. Y allí en el cerrito pedregoso estuvimos. Dice el general Palma: "Por allá amarren los caballos y vengan aquí. Aquí no nos alcanzan." Estamos en la línea de la vía del ferrocarril, en la hacienda de Teruel. La gente dice: "Ya, general. Ya vámonos, general." ¡Hijo, la gente estaba como perros!

"No, muchachos -dice el general-. Yo les voy a decir." Y se viene el pelotón del enemigo sobre nosotros. Y la gente dice: "Ya, general." "No, muchachos -dice-. Yo les he de marcar el número." Y hasta que marcó el número: "Uno, dos... tres" ¡y descargué!

Allí estaba el tren con maíz y huevo. Llevaba frijol, maíz, chile, carbón, anafres, todo llevaba. Y el gobierno dejó prendido el tren. Los carros los prendieron. Y llegaron los muchachos y que empiezan a agarrar con el machete y a trozar la lumbre para que no se quemaran los carros.

Entonces se sube arriba el general Maurilio Mejía y le grita: "¡Ese general Palma!" "Aquí estoy, general." " Te vas en seguimiento del gobierno con toda tu gente." "¡Vámonos!"

Todo el día sin comer, y luego otra vez igual. Fuimos a dormir por allá, todo el día sin agua, sin nada. Ahí dormimos. Dice el general Palma: "Todos esos que tienen sus caballos buenos y tienen parque, vénganse, vamos aquí al cerro a tirar un descargue, no sea que estén por allí cerca."

Y otro día, luego en un pueblito que se llama San Juan se oyó un tiroteo, bien duro. Y nosotros: "¡Viva!" y "¡Para adentro, muchachos!"

Ya nos bajamos del cerro, jalando los caballos porque era durísima, una pedrería y monte. Contamos hasta veinticinco federales en ese lugar. Estaban muertos.

Dice el general: "Vámonos en seguimiento." Y llegamos a una barranca. Dice: "Que no me beba agua ningún tal por cual, porque se me muere." ¡Sin beber agua dos días! Pues: "Vámonos", y al ratito encontramos dos señores. Traen dos chiquihuites con tortillas. Dicen: "Aquí hay tortillas, jefe." "¡Qué tortillas ni qué nada! ¡Vámonos! Aquí no hay rancho ahorita. No hay rancho qué repartir. ¡Vámonos, y ninguno que se pare!"

RR: ¿No tomaron las tortillas?

AO: Como el chiquihuite estaba allí, nomás las cogimos pasando.

CD: Pero era poco para tantísima gente.

AO: Y que nos vamos. Toda la noche de nuevo, a andar. Nos venimos por todo el río de arriba. Sin comer y sin beber. Ya muy lejos se detuvo el general. Allá le dieron de cenar, y a todos nosotros. Y venimos a amanecer a Chietla.

RR: ¿Cómo estuvo la reconcentración que hizo Juvencio Robles, cuando quitó a la gente de sus ranchos y sus pueblitos y los concentró en la ciudad?

FM: Cómo no, quemaron los ranchos y reconcentraron la gente aquí en Chiautla para que no nos dieran comida, para eso lo hacían. Hubo años de hambre, muy trabajoso en el catorce.

RR: Y el pueblo, ¿cómo los recibía a ustedes cuando llegaban al pueblito? ¿La gente entendía su lucha, estaba de su parte?

CD: Sí, todos los pueblitos estaban de parte de nosotros. Eran los únicos, porque nos daban la tortilla.

AO: De paso nos daban la comida. Bueno, pedía uno, ¿verdad? Y se compadecían.

RR: Y ¿no tenían tiempo para sembrar?

CD: No se podía. Aquí tiene usted que unos pobres iban con su milpita y venían los federales, los venían correteando. Se llevaban las yuntas o echaban sus bueyes al monte. ¿Quién se animaba así? Porque como todos pedían bueyes prestados con los que tenían animales, uno tenía responsabilidad de ellos. No podían sembrar. Por eso mucha gente murió en esa época, porque comía hierbas. Puras hierbas comían, cosas del campo ¿verdad? Había esa cosa de la viznaga, una viznaguita que tenía una espina como uña. Esa la cortaban, la rebanaban y la hervían, y quedaba como tortillita. Que no más se sentía como babosa aquélla, pero se comía. Cuando se podía, algunos sembraban arroz porque había unos siempre de la hacienda que sembraban arroz. Llegaba uno y pedía y le daban un puñado de arroz, y ese puñado de arroz lo mojaba uno, lo limpiaba en cualquier cosa, un sombrero, lo picaba y quedaba limpio el arroz, y de ése, con un puñito así se ponía en una olla a hervir, por supuesto atado en una servilleta, y de ese puñito se hizo un pan grande. Ese sí era muy sabroso. Se servía en rebanaditas.

Y así, como quiera que sea, así se pasó la vida, todo el tiempo de calamidad. ¡Fue grave, fue grave la situación esa!

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Rosalind Rosoff y Anita Aguilar. Así firmaron el Plan de Ayala.
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública,
México, Primera edición 1976.