BREVE NOTICIA SOBRE EL
PLAN DE AYALA

Por Jesús Sotelo Inclán

El general Porfirio Díaz llegó a la presidencia de la república sosteniendo dos postulados principales: la no reelección en el gobierno, y la revisión de los problemas sobre aquellas tierras que habían sido arrebatadas a los pueblos por los latifundistas. Gracias a este último ofrecimiento, encontró auxilio y partidarios cuando era un rebelde prófugo contra el gobierno de Juárez. Hay testimonios en el propio archivo del general de cómo estuvo en el pueblo de Anenecuilco, a propósito de la rebelión de la Noria (1871) y de cómo les ofreció a los campesinos ayudarles en el conflicto de sus tierras. Igualmente hay testimonios de cómo, en vísperas de la batalla de Tecoac -que le dio el paso a la presidencia-, hizo iguales ofrecimientos a quienes le ayudaron en su rebelión de Tuxtepec (1876) contra el gobierno de Lerdo.

Díaz llegó al poder, pero olvidó sus promesas; no se reeligió una vez, sino muchas. En cuanto a la ayuda a los campesinos que le auxiliaron, no la dio sino a los latifundistas con quienes se alió totalmente: al dueño de la hacienda de Tenextepango lo hizo su yerno y al dueño de Atlihuayán gobernador de Morelos.

Cuando Díaz, ya anciano, llegaba a su octava reelección, surgió como opositor don Francisco I. Madero quien, durante su campaña, fue llevado prisionero a San Luis Potosí, ciudad de la que escapó el 5 de octubre de 1911 para marchar a San Antonio, Texas. En esta última ciudad, y con la fecha de su escapatoria, lanzó el que llamó Plan de San Luis, en que desconocía al gobierno de Díaz e invitaba al pueblo a rebelarse contra él. Junto al principio fundamental de la no reelección incluía un ofrecimiento sobre tierras:

En vista de esa última parte del Artículo tercero, numerosos campesinos decidieron luchar por el Plan de Madero. Así sucedió en el caso de los de Anenecuilco que, junto con los de Villa de Ayala y los de Moyotepec, habían formado una Junta defensora de las tierras del pueblo. El jefe de esta liga, electo el 12 de septiembre de l909, era Emiliano Zapata; éste se hallaba en contacto con Pablo Torres Burgos, hombre de cierto estudio, que comerciaba en libros, muy interesado en cuestiones políticas, lo mismo que algunos otros ciudadanos de la Villa de Ayala, quienes acordaron que Torres Burgos fuera a San Antonio a recibir instrucciones de la Junta Revolucionaria.

En el norte, secundando el Plan de San Luis, se alzaron Pascual Orozco, Francisco Villa y algunos más con pequeños grupos. El caudillo antirreeleccionista regreso al país el 14 de febrero de 1911, y su vuelta aumentó el ánimo de los revolucionarios.

En el sur, el grupo jefaturado por Torres Burgos y Zapata, con los del rumbo de Ayala y Anenecuilco, se levantaron en armas el 10 de marzo; aprovechando la distracción de la gente en la feria de Cuautla el segundo domingo de Cuaresma, se reunieron en la Villa y dieron lo que justamente llamaron "El Grito de Ayala", con mueras al gobierno de Díaz y vivas al señor Madero.

En tanto que los del norte operaban sobre Ciudad Juárez, los del sur atacaron algunas ciudades de Morelos. Las tropas de Gabriel Tepepa asaltaron la de Jojutla con el consiguiente saqueo y desórdenes, que eran revancha por muchos años de opresión y despojo. Torres Burgos, que era un revolucionario idealista, no estuvo de acuerdo y se apartó del grupo insurgente. Tomó a pie el camino de Tlaltizapán, acompañado sólo con sus dos hijos, y fue encontrado por fuerzas del gobierno que le dieron muerte igual que a uno de sus muchachos. Como quedó sin jefe el movimiento rebelde en Morelos, los revolucionarios del rumbo nombraron a Emiliano Zapata.

Los del norte tomaron Ciudad Juárez el 11 de mayo, y los surianos de Zapata, que asediaban a Cuautla desde mediados de abril, la tomaron el 19 de mayo. Ambas acciones pesaron en el ánimo del dictador Díaz para dejar el cargo, por lo que este primer triunfo de la revolución se debió tanto a unos como a otros; pero en el norte lo echaron a perder. En efecto, los maderistas aceptaron parlamentar con los representantes del gobierno de Díaz, y el 21 de mayo firmaron un convenio que propiamente desarmaba a la revolución. En lugar del presidente Díaz -y del vicepresidente- quedaba encargado interinamente del poder ejecutivo el ministro Francisco León de la Barra, para convocar a elecciones. Madero, en vez de asumir la presidencia -como ofreció en el Plan de San Luis, apoyado en los revolucionarios que le dieron el triunfo- aceptó el desarme de sus tropas y la conservación del ejército porfirista y de sus viciados colaboradores, científicos y terratenientes.

Los surianos tuvieron que caer bajo el acuerdo del desarme, sin que se les tomara en cuenta y sin que se garantizara el cumplimiento de las promesas de Madero. El gobierno interino destacó fuertes contingentes militares para realizarlo, y Zapata se hubiera plegado a efectuarlo si se respetaran las medidas que dio para que los pueblos recuperaran sus tierras; pero los hacendados lograron el apoyo del gobierno federal y el nombramiento de gobernador y jefe de armas que les convenían. El señor Madero intervino repetidamente para que los grupos zapatistas no fueran embestidos por las fuerzas gobiernistas. Varias visitas hizo al Estado de Morelos para detener igualmente la furia de los revolucionarios defraudados. Poco consiguió como no fuese aplazar el choque entre los campesinos, que se habían armado para sostener su Plan de San Luis, y militares aviesos como Victoriano Huerta, que pretendían acabarlos. Un banquero relacionado con los intereses de los hacendados, fue nombrado gobernador de Morelos para contrariar y atacar a los campesinos, ya que tenía buenas ligas con los latifundistas y poderosos del antiguo régimen. Pese a todas las gestiones y promesas de Madero, las tropas federales amagaron al núcleo zapatista que tenía su resguardo en Villa de Ayala, por lo cual Emiliano no hizo efectivo el desarme, en espera de que el señor Madero llegara a la presidencia.

Es tedioso y repetitivo el contar los viajes de Madero y las expresiones que tuvo sobre el valor de las fuerzas zapatistas y de Zapata mismo, a quien llamó "general integérrimo". También son abundantes las comunicaciones del caudillo de Anenecuilco protestándole lealtad, y advirtiendo los peligros en que caían los revolucionarios si eran desarmados. Madero no entendió ni atendió la lección del campirano intuitivo, y en vez de fortalecer las fuerzas populares que lo llevaban al poder, se entregó a sus enemigos, que al final lo hicieron su víctima. (1)

Después de varios meses de dificultades, amagos, órdenes cambiadas, falsas informaciones y muchas maniobras para complicar la situación, Madero realizó su última visita a Cuautla el 21 de agosto para licenciar a los zapatistas, acto que empezó a realizarse correctamente con la presencia del propio Madero y de Zapata; pero los enemigos de éste habían informado que Eufemio atacaría la ciudad de Cuernavaca, y el presidente De la Barra ordenó el envío de nuevas tropas a Morelos. Madero, que estaba en el campo de los hechos, aclaró que Eufemio se hallaba en Cuautla sumiso y obediente. Sin embargo las tropas de Victoriano Huerta ocuparon Yautepec y avanzaban sobre Cuautla al tiempo del licenciamiento; provocaban así un conflicto y ponían en peligro la vida de Madero -acaso esto es lo que procuraban- si Emiliano, viéndose engañado por las seguridades que Madero le había dado, y contradecían los hechos, hubiese dejado que sus hombres tomaran represalias. Con gran ecuanimidad Zapata dejó regresar a Madero, pues en estos momentos el apóstol de la democracia parecía estar de acuerdo e identificado con el caudillo del agrarismo. En efecto, aquél regresó a México e hizo fuertes reclamaciones al presidente y a Huerta por haber frustrado el licenciamiento y el arreglo con Zapata. Huerta había seguido su avance imprudente y ocupó Cuautla, desatando activa persecución contra los zapatistas.

Emiliano pasaba nuevamente a ser un rebelde, puesto fuera de la ley por las maniobras del gobierno. El día primero de septiembre comía en Chinameca, invitado por el administrador -quien había preparado una celada- cuando la finca fue atacada por tropa de caballería. Los zapatistas sorprendidos respondieron al tiroteo, y el jefe pudo escapar entre los cañaverales. ¡Mal presagio aquella trampa de 1911, que se repetiría en la fatal hacienda de Chinameca con la traición de Guajardo en abril de 1919!

El presidente interino había logrado poner a Emiliano fuera de todo arreglo, y aprovechó el momento para nombrar gobernador y comandante militar del Estado de Morelos al guerrerense Ambrosio Figueroa, ya declarado enemigo de Zapata y de su causa agrarista, francamente aliado de los terratenientes. La respuesta de los morelenses fue briosa. Emiliano fortaleció sus tropas y cruzó la serranía para invadir el Distrito Federal. Cayó sobre Milpa Alta el 23 de octubre, amagando la capital de la República. La conmoción en ésta fue terrible. Los citadinos se sintieron como los romanos amenazados por Atila. En la cámara de diputados las voces de los oradores alzaron el tono: el tribuno José María Lozano llamó a Zapata el bandolero de Villa de Ayala; reaparición atávica de "el Tigre de Álica"; un lobo al que no podría dominar el místico y seráfico Francisco I. Madero. El Ejército Federal resultaba impotente para dominar a este nuevo Atila, a este horrendo Huitzilopochtli que segaba vidas y propiedades y marchitaba honras. Mas al par de tales denuestos, Lozano pronunció los mejores elogios que podrían haberse hecho para exaltación del suriano:

El diputado Olaguíbel tronó también mezclando conceptos denostativos con razones que en su boca justificaban al agrarista: lo llamó Genghis Khan, y culpó a Madero por proteger a semejante bandido; sostuvo que no podría dominarlo, pese a que prometía hacerlo para cuando subiera a la presidencia.

El ministro García Granados se presentó a la cámara para informar sobre los esfuerzos que hacía el gobierno del inmaculado presidente León de la Barra, y cómo existía una poderosa influencia que impedía el cumplimiento de las órdenes presidenciales. Mas, sobre todos esos cargos a Madero y a Zapata, el ministro reconoció una gran verdad: que el problema de Morelos es, en el fondo, de carácter económico.

Era de esperarse que al arribar Madero a la presidencia desarrollara la política de acuerdo con las intervenciones que tuvo para conciliar los intereses de los revolucionarios que le habían dado su apoyo cuando lo necesitaba; pero los ricos hacendados y científicos ya habían comprometido a los influyentes que lo rodeaban y Madero cambió por completo; tomó posesión el 6 de noviembre, consideró a Figueroa como representativo de los revolucionarios del sur y exigió la rendición de los zapatistas; el jefe de éstos parlamentó todavía con el mediador puesto por Madero, el licenciado Gabriel Robles Domínguez, con quien estableció las condiciones mínimas para hacer la paz, según las siguientes

BASES PARA LA RENDICIÓN DE LAS FUERZAS
DEL GENERAL EMILIANO ZAPATA

La respuesta de Madero a Robles Domínguez fue drásticamente opuesta a lo que se esperaba:

No quedaba ya ninguna vía para solucionar los problemas del grupo zapatista y de los campesinos que esperaban justicia: el líder revolucionario que los sublevó contra el régimen porfirista, los abandonaba totalmente cuando subía a la presidencia. Imposible para Zapata defeccionar de la causa a cambio de salvar la vida como le ofreció su antiguo aliado. El único camino era la rebelión; volver, como al principio, a ser considerados bandoleros, simples criminales, sin la bandera del Plan de San Luis -ya destruido por el propio maderismo- que los había cobijado. La prensa de la capital, los oradores políticos, las autoridades maderistas todo el aparato oficial condenaba a los surianos como abominables forajidos que amenazaban la sociedad a la que no podían pertenecer. Se hacía necesario un propio plan que les sirviera de bandera. Para formularlo, Zapata resolvió retirarse con el profesor ayalense, Otilio E. Montaño a una zona en que tuvieran seguridad para redactarlo. Montaño pondría la forma escrita, Zapata el contenido y la exigencia revolucionaria, la intransigencia de unos campesinos secularmente desposeídos y engañados. Por eso nunca pensó en tolerar ninguna defección al Plan que fraguaban en aquellos días. Y es inútil discutir a quién se debe la hechura del documento: el profesor daría la letra, Zapata el espíritu revolucionario.

Ambos se refugiaron en la zona montañosa del suroeste de Puebla, en sus límites con Guerrero y Morelos no lejos de Jolalpa donde habían hecho sus primeras incursiones los rebeldes de Ayala. Si vemos con profundidad histórica este hecho, advertiremos que es la misma zona que recorrió el generalísimo don José María Morelos cien años antes, exactamente en 1811, acompañado del cura don Mariano Tapia, originario de Chiautla, y del teniente de Acordada, don Francisco Ayala, procedente de Mapastlán, una ranchería establecida cerca de Cuautla y Anenecuilco. Ayala fue atacado allí por no estar de acuerdo con los abusos de los españoles de la región; su casa fue incendiada y tiroteada; de lo cual resultó herida de muerte su esposa doña Justa Zapata. Ayala fue a refugiarse en el pueblo de Anenecuilco, y escapó ayudado por la gente del pueblo, marchando a unirse con Morelos. Al regresar, pasando por Chiautla, fueron atacados aquellos insurgentes por el hacendado hispano Mateo Musitu, quien había preparado un cañón con el nombre de Matamorelos; pero fue Morelos quien lo derrotó e hizo fusilar por las acusaciones que hicieron contra él los campesinos del rumbo. Aquel Musitu era el antecesor de una ilustre familia de terratenientes del Estado de Morelos. Es decir, a través de más de un siglo de distancia, el problema de los latifundios ya era combatido por los pueblos que se veían despojados de tierras. Morelos y Ayala luchaban por causa similar a la de Emiliano Zapata. A ellos se uniría un poco adelante, en Izúcar, el cura de Jantetelco, don Mariano Matamoros. Aquel grupo de insurgentes, reforzado por los Bravo, los Galeana y otros valientes fueron sitiados en la ciudad de Cuautla por las tropas realistas del mejor militar de la época, don Félix María Calleja del Rey. Matamoros y don Mariano Tapia procuraron introducir víveres al recinto sitiado; Ayala se distinguió por su participación militar y junto con don Hermenegildo Galeana encabezó la vanguardia que rompió el sitio. Posteriormente Ayala fue fusilado por los realistas lo mismo que los dos hijos que le acompañaban. Muchos años después de haberse consumado la independencia, en 1868, su apellido fue puesto como nombre a Mapastlán, que vino a ser la Villa de Ayala; así con una coincidencia simbólica, su apelativo cobijó a los insurgentes zapatistas cien años después en la misma zona y por idéntica causa, expresada en el Plan de su nombre.

De innegable trascendencia fue aquel Plan encabezado por un hombre motejado de bandido, asesorado por un profesor pueblerino, y firmado por rústicos campesinos, todos ellos declarados fuera de la ley, y perseguidos, los que firmaron ese día 28 de noviembre de 1911, y quienes lo siguieron en la lucha. ¿Cuántos perdieron los pocos bienes que les había dado la vida -familia, un jacal, alguna bestia para ayudar sus tareas- y la vida misma? ¿Cuántos llegaron al fin de la lucha y qué fue de ellos? El guía, como todo Moisés, alcanzó a ver la tierra prometida -en las leyes- pero no entró en ella. Muchos de sus compañeros de ideales cayeron dramáticamente cobijados por su Plan o, como Montaño, en duro conflicto por dilucidar si fueron fieles a él o no. Toda una historia podría escribirse sobre la ulterior posición revolucionaria de cada uno. Pero quedaría aún por inquirir cuál fue el destino total de aquella generación de luchadores, que -como dolorosamente reconocían- perdieron la guerra, y quedaron fuera de los grados y los gajes que otros ganaron con la Revolución. Más que la aventura personal interesaría la gran aventura de todo el campesinado al que las gentes de Ayala prometieron la tierra. Durante los años de lucha -hasta la muerte del jefe en abril de 1919- el Plan de Ayala zapatista fue el gran acicate para que la Revolución fraguara sus demandas agrarias y las codificara en leyes. No importa que éstas hayan sido consagradas por el grupo opositor, el de los carrancistas. La Revolución y su sentido agrario fueron impulsados -y salvados en más de un momento- por los campesinos que siguieron el Plan de Ayala. ¿Y cuál fue el resultado para ellos? Hace falta el gran juicio final. En recuentos incompletos aún, los gobernantes actuales -dirigentes de la Revolución- declaran que subsiste una enorme deuda con los labriegos que trabajan la tierra. En ese gran balance que quisiéramos hacer sólo hemos podido atisbar algunos casos parciales. La misma tarea histórica no está concluida, y quedan por clarificar muchas posiciones que aún atacan la gesta zapatista, pese a que los gobiernos de más de medio siglo mexicano han apoyado su política en las reivindicaciones de aquellos combatientes. A las nuevas generaciones y las futuras tocará la oportunidad de hacer el juicio último sobre la justificación de aquel movimiento. Por lo que toca a nosotros hemos de preservar todavía los últimos testimonios que sobreviven, así en sus manifestaciones materiales como en sus ejemplos humanos. Y no son muchos los historiadores que se entregan a esta tarea. Por eso queremos destacar la aportación desinteresada, generosamente sostenida y realizada por dos espontáneas investigadoras, las autoras a quienes -por haberlas encontrado en la misma ruta que yo recorro hace tiempo- debo presentar.

El 22 de enero de 1973 fue descubierta casualmente en el pueblo de Anenecuilco, una escultura magnífica de Quetzalcóatl Echécatl, entre las ruinas de una construcción prehispánica, exactamente frente a la casa en que nació Emiliano Zapata, a unos cuantos pasos de ella podríamos decir. Las consecuencias de este hallazgo serán muy significativas para la historia de este pueblo; pero infortunadamente el monolito -que medía cerca de un metro de altura, fue robado con lujo de fuerza y protección. Cuando el 8 de abril el pueblecito celebraba el domingo que le corresponde en la cuaresma, concurrí en apurada inquisición sobre el robo de una valiosa joya para la arqueología mexicana, tanto por los datos de su origen como por la belleza de su factura.

Entonces pude conocer a las dos damas americanas y saber que eran dos maestras con algunos años de servicio en una escuela de la ciudad de México y que andaban por la región en busca de datos sobre la vida de Emiliano Zapata para hacer una biografía destinada a niños. Con idénticos propósitos empecé a visitar yo aquel rumbo hace más de treinta y cinco años, y aún no acabo de sorprenderme con los datos que rinde la investigación en ese lugar, pues las reminiscencias de su historia son fascinantes. La memoria del caudillo agrarista nacido allí, y que presidió la lucha de los campesinos, se conservó envuelta en la imagen forjada tanto por elementos reales como legendarios; quienes le fueron fieles en la lucha, aun después de muerto lo siguieron esperando. Los datos que yo recogí, afines con el mito y la poesía, me fueron tan sorprendentes, tan increíbles, que decidí guardarlos y no publicarlos junto con los datos positivos, históricamente comprobables, en la exposición que de ellos hice en el libro "Raíz y Razón de Zapata", que resultó árido y pesado, a fuerza de querer ser objetivo y documentado, para no perder vigencia de alegato histórico. No sé si me atreva a publicar aquellos datos sobre la mítica del tema; pero de lo que estoy seguro es que entre las gentes que conocieron a Emiliano quedaron muchas reminiscencias dignas de ser recogidas. Un plantel de investigadores debió ser promovido para recopilar los testimonios de esa generación irrepetible. Algunos trabajos ha hecho el Departamento de Investigaciones Históricas del INAH, como las grabaciones tomadas por Alicia Olivera de Bonfil y Eugenia Meyer. También merece mencionarse al profesor Miguel A. Sedano P., que recogió y publicó las memorias del zapatista Quintín González. Por cierto que una nota periodística nos desconcertó pues afirmaba que este guerrillero, nativo de Tepoztlán, era el último superviviente de quienes firmaron el Plan de Ayala, especie que se destruye con la presente investigación.

Por todo lo antes dicho, es de celebrarse la entrega que nos hacen esas dos maestras -Anita Aguilar y Rosalind Rosoff- de las entrevistas realizadas -grabadora en mano- con los que sí podemos considerar ya los tres últimos sobrevivientes entre los que firmaron el Plan. Curioso es que los tres sean originarios no de Morelos, sino de la región poblana en que acercan sus límites los Estados de Oaxaca, Guerrero, Puebla y Morelos. Han vivido y viven en las poblaciones de Chiautla y Huehuetlán, cercanas al sitio en que se firmó el Plan de Ayala.

Muy oportuno nos parece un paréntesis para aclarar un dato que difunde el distinguido historiador Jesús Silva Herzog, y que repite por lo menos en dos de sus obras. En su "Breve Historia de la Revolución Mexicana" (tomo I, p. 258) afirma que el Plan se firmó en la Villa de Ayala el 25 de noviembre de 1911. Esto es como decir que Madero firmó su Plan en la ciudad de San Luis Potosí el 5 de octubre de 1910. Lo cierto es que esas fechas y esos nombres aluden a un lugar y una fecha en donde nació la necesidad de escribir los planes, pero no donde se hicieron y promulgaron.

Sin duda alguna que el de Ayala recibió ese nombre porque el movimiento de aquel grupo revolucionario empezó en la Villa de Ayala, cuyo nombre recuerda al insurgente que allí se lanzó a luchar por la independencia. Pero existen irrefutables pruebas de que el sitio de la firma fue Ayoxustla, poblado perdido en la serranía suroeste del Estado de Puebla, que debe recibir mayor atención de los historiadores y de las autoridades para que se conmemore allí el hecho cada 28 de noviembre. Recomendamos ampliamente su vista que no es difícil, pues se puede llegar por carretera -con gran parte asfaltada y con parte de tierra- en automóvil alto, desde Chiautla. El camino es precioso y la emoción de estar en el sitio donde se puede evocar la reunión de los zapatistas compensa con creces toda fatiga. Allí se encuentran hombres que eran muchachos cuando se firmó el Plan. Si no hubiese otros testimonios bastaría el suyo para probar que el hecho se consumó allí; pero si tampoco se quiere ir hasta allá, aquí tenemos, en este libro, el testimonio irrecusable de los tres últimos supervivientes que firmaron el Plan. Según ellos el documento que signaron fue uno solo, manuscrito por Montaño. Seguramente fue éste el que tenía la fecha así: Ayala, noviembre 25 de 1911.

Ése fue el texto aprobado por Zapata y el ofrecido a la firma de sus correligionarios el día 28 en Ayoxustla. De él sacó las copias el señor cura de Huahutla, a quien mandó traer Emiliano con todo y máquina de escribir; una de esas copias fue enviada al periódico "El Diario del Hogar", que la publicó en la ciudad de México el 15 de diciembre de aquel 1911, con la siguiente certificación final: "Es copia fiel de su original. Campamento de las Montañas de Puebla, diciembre 11 de 1911. El General en Jefe, Emiliano Zapata. Rúbrica."

Todas las demás versiones -inclusive las reproducciones museográficas- son copias de copias, y algunas tienen arreglos en su texto. La versión que publican Jesús Silva Herzog y John Womack es la publicada por "El Diario del Hogar", la más fidedigna.

Ha sido una fortuna y un honor haber conocido a los tres supervivientes que presentan las autoras de este libro, pues viéndoles vivir tan dignos, tan nobles en su modesto pasar económico; tan honrados en su propio medio pueblerino, con familias honestamente formadas; con una longevidad aún laboriosa, prueba de orden y honorabilidad; con arrestos de gallardía y seguridad que les vienen de sus años mozos, se les puede imaginar arrogantes y fuertes, cuando combatían al lado de Emiliano Zapata, exponiendo sus vidas al firmar el Plan en Ayoxustla. En su serena ancianidad son evidencias vivas de cómo los zapatistas, perseguidos y motejados por bandidos y criminales, fueron en verdad abnegados y heroicos combatientes de una causa ampliamente justificada.

 

Nota:

1. Nosotros estamos contando a grandes saltos los incidentes de esta época por la brevedad de que disponemos; pero todo se halla debidamente detallado, con copia de documentos y datos que pueden verse en la obra del general Gildardo Magaña sobre Emiliano Zapata y el agrarismo en México, en el folleto "Cartones Zapatistas" de Carlos Reyes Avilés, así como en otros autores.

 


Rosalind Rosoff y Anita Aguilar. Así firmaron el Plan de Ayala.
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública,
México, Primera edición 1976, Introducción