Nació el primero de mayo de 1888 en Chietla, Pue. Sus padres
fueron don Ignacio Sosa y la señora doña Zeferina Pavón,
descendiente de don José María Morelos y Pavón.
Don Ignacio Sosa fue zapatero. Vivió pobremente y no pudo dar
educación a sus hijos; por lo que tuvo que mandarlos con un pariente:
don José María Rodríguez y Pavón, propietario
de un colegio, que admitió gratuitamente a Manuel Jacobo. En esa
escuela hizo estudios hasta el segundo año; al no querer ir ya a
la escuela se dedicó a trabajar, primero en el coro de una iglesia,
después como dependiente en una tienda; más tarde como mensajero
en Telégrafos. Trabajó en una fundición y fue también
vendedor de velas.
En 1901 huyó del hogar paterno y se trasladó a la ciudad
de Cuautla, donde trabajó como mozo. Después estuvo en Villa
de Ayala con el señor Malpica; y por último en la hacienda
de Tenextepango trabajo como rayador de peones. En este lugar, los rurales
lo aprehendieron y lo devolvieron al hogar familiar.
Posteriormente, en la ciudad de Puebla, entró a trabajar en una
fábrica. Pronto le aburrió esta ocupación y se fue
al Puerto de Veracruz a trabajar. Allí hizo varios viajes a Yucatán
y a Quintana Roo. Al regresar a la ciudad de Puebla ingresó en el
ferrocarril Interoceánico como garrotero; en 1910 ya ocupaba el
cargo de conductor. Ese mismo año murió su padre y tuvo que
hacerse cargo de la familia.
Después de haber sido derrocado el gobierno de Porfirio Díaz
y de haber renunciado, éste salió del país el 26 de
mayo en un tren especial con destino a Veracruz. El ferrocarril fue conducido
por Manuel Jacobo Sosa Pavón y escoltado por el 11o. batallón
y la guardia presidencial al mando de Victoriano Huerta.
En el año 1915, al establecerse en la ciudad de México
el gobierno emanado de la Convención, Sosa Pavón fue comisionado
para que con sus fuerzas escoltara los trenes de pasajeros que corrían
dentro de la zona dominada por el gobierno de la Convención, por
lo que se le otorgó el nombramiento de superintendente general del
ferrocarril.
En 1916, al invadir las fuerzas carrancistas el Estado de Morelos, muchos
trenes cayeron en sus manos. Esto dio lugar a intrigas para enemistar a
Sosa Pavón con Eufemio Zapata. Ante el temor de ser víctima
de algún atentado, marchó a Oaxaca y allí estuvo operando
algún tiempo. Después se trasladó a Centroamérica,
el año de 1917, y se radicó en El Salvador.
Regresó en septiembre de 1917 y entró por el puerto de
Manzanillo. A su llegada a la ciudad de México, el 14 de septiembre
de 1917, se presentó en la Secretaría de Guerra; el coronel
Alberto Salinas Carranza le proporcionó dinero y le concertó
una entrevista con don Venustiano Carranza, Presidente de la República.
En su entrevista con don Venustiano, éste le propuso que volviera
al Estado de Morelos aparentando estar en contra de su gobierno y que aprehendiera
a Zapata, asegurándole que si cumplía le reconocería
el grado. Sosa Pavón le dijo que no era ése el trato que
había hecho en El Salvador y que le hablaba con franqueza, que a
Zapata le debía la personalidad militar y que lo eximiera de esa
responsabilidad, asumiendo cualquier otra que le ordenara. Le propuso entonces
Carranza que aprehendiera a Félix Díaz, y lo aceptó.
El coronel Salinas Carranza lo llevó ante el general de división
Jesús Agustín Castro, titular de la Secretaría de
Guerra. Ahí hizo mucha amistad con el revolucionario maderista Emilio
Campa, que se hallaba en esa república. Este general le ofreció
intervenir con Carranza para que lo amnistiara y le fuera reconocido su
grado.
Sosa Pavón dijo que regresaría a México con el
nombre de Manuel Parra y que vendría con todos los gastos pagados.
En 1912, Sosa Pavón se empleó en trenes militares y prestó
sus servicios en uno que exploraba entre Puebla y Cuautla; allí
hizo amistad con un capitán apellidado Castillo, que armó
a toda la tripulación y en el cabús llevaba gran cantidad
de parque y bombas de mano.
Como Sosa Pavón tenía amistad con Reynaldo Malpica, que
había sido su protector en Villa de Ayala y que militaba en las
fuerzas zapatistas, siempre anunciaba con una clave especial, con señales
de silbato, la presencia de su máquina.
En 1913, después de la Decena Trágica, Manuel Jacobo Sosa
Pavón se levantó en armas en la estación de Tláloc,
poniéndose de acuerdo con el federal Cecilio Cortés, que
protegía esa estación. Sosa Pavón se levantó
con cien hombres y se declaró jefe de la gavilla; así se
presentó ante el general Zapata; quien le dio el grado de mayor
y por sus conocimientos lo autorizó para formar una facción
de dinamiteros, cuya misión principal fue la de volar trenes, atacarlos
y destruir vías. Operó en estas actividades en los Estados
de Oaxaca, Tlaxcala, Puebla y Morelos hasta que se percató, en uno
de sus viajes a la ciudad de México, de que había tres kilómetros
de vía destruida entre Ayotla y Los Reyes, y entonces pensó
en reparar esa vía para poder sacar todas las máquinas que
se encontraban en la estación de San Rafael.
Para llevar a cabo este plan, invitó a una serie de maquinistas
y conductores de su confianza, y en unos días hicieron los preparativos
para sacar las máquinas. Primero, convenció a un coronel
carrancista que se encontraba en el lugar y al jefe de la estación;
después convocó a una asamblea, con el pretexto de estudiar
asuntos gremiales, en la que se trataron los fines de la lucha zapatista.
La mayoría de los ferroviarios estuvieron de acuerdo, y al día
siguiente sacaron todos los trenes y se llevaron 17 locomotoras y 200 carros.
Este movimiento produjo mucho escándalo y hubo necesidad de destruir
la vía para que no los pudieran alcanzar. Todas las máquinas
llegaron al cuartel general zapatista en Tlaltizapán; le llevaron
una máquina con tres carros, pues a los demás los había
enviado a diferentes Estados: Puebla, Veracruz. Este acto le valió
a Sosa Pavón el ascenso a coronel.
Sosa Pavón se fue rumbo a Oaxaca, donde se encontraba Félix
Díaz, y no llevó a cabo la misión conferida, por lo
que Carranza ordenó que lo buscaran. Al encontrarlo lo llevaron
a la ciudad de México y Carranza se mostró duro e inflexible.
Lo trasladaron a la penitenciaría del distrito, donde estuvo preso
algún tiempo, y una mañana fue sacado de su celda y llevado
al paredón; pero el ingenio lo salvó nuevamente, pues su
última voluntad fue hablar con el gobernador del distrito, que era
el Ing. Roberto Cué, para informarle dónde tenía escondidas
sesenta y dos barras de oro. Fue así como escapó del paredón
y de la prisión, y se dedicó a buscar el imaginario tesoro.
Al caer el gobierno de Carranza en 1919, se estableció en la
ciudad de Puebla, donde se casó y siguió en su antiguo trabajo
de ferrocarrilero. En 1970 fue pensionado por los Ferrocarriles Nacionales
de México y fue miembro del Comité Directivo Nacional del
Frente Zapatista. Murió en México.